martes, 19 de abril de 2011

***Capítulo 10: Cambios de Personalidad***

   Lo primero que vi fueron los ojos de Mark, mirándome fijamente. Su mirada era indiferente, como siempre.
-¿Qué pasa...?-pregunté, aún adormilada.
-No te encontrábamos el pulso-contestó, serio.
-Me pasa desde pequeña, es normal en mí.
-¿En serio?-dijo mi padre, a mis espaldas-. Yo eso no lo sabía.
-Tu preferido siempre a sido Joe; le prestabas demasiada atención a él, y a mí ninguna. No te guardo rencor por eso, tranquilo.
 >>Supongo que pensabas que él heredaría tu poder, ¿no es cierto?
-Sí... bueno...
   Alcé una ceja y sonreí.
-¿Tanto te intimido?-dije, fría.
<<Sam, tú no eres así>>
<<Estoy descubriendo muchas cosas desde que Bryan se fue, Mark. Necesito saber qué pasó con mi madre>>
-¿En tu plan incluías mi muerte en el coche? Sé sincero, me es indiferente.
-Soy tu padre... ¿Cómo puedes...?
-Contesta-mis manos comenzaron a brillar.
<<¡Tus manos! Sam, ¡basta!>>
   Mi padre también reparó en el brillo blanco-azulado que despedían mis dedos.
-Hija...
-¡Que me contestes!-mis ojos se volvieron blancos completamente.
   En el espejo de enfrente, contemplé mi imagen reflejada. Mi pelo estaba cambiando de color: de marrón oscuro, a azul aguamarina.
-Sí,-dijo- tu muerte estaba dentro del plan, pero algo falló.
   Asentí. Di media vuelta y me marché. En el pasillo, todos me miraban.
   Me llamó la atención una chica que me miraba sonriente. Era pelirroja, bajita, con pecas y tenía apariencia de duende. Iba vestida con una túnica blanca y una capa, también del mismo color. Sus ojos eran oscuros, demasiado; y su sonrisa era siniestra e irónica. Le devolví la sonrisa, y la suya se hizo más amplia.
   Proseguí mi camino. El jardín era precioso: estaba cubierto de césped verde, salpicado de flores aquí y allá, y rodeado por una fina línea de rosas rojas; a lo lejos se divisaba un bosque.
   Por lo que me había contado Mark, en el centro del bosque había un árbol inmenso, un árbol que sobresalía sobre los demás por su tamaño, su belleza y su colorido; ese era mi destino.
   A mi paso, todas las bellas flores se helaban, todos los árboles se cubrían de escarcha, y el césped se volvía gris… ¿Qué era eso…? ¿Hielo?
   Llegué a la linde del bosque, debía de haber un camino, ¿no? Lo busqué con la mirada, pero no había ningún sendero… ¡nada! Me interné en el bosque por entre dos árboles de tronco fino y blanquecino, el bosque era oscuro en su interior. Sólo por entre las hojas de los árboles más altos entraba algún que otro rayo de sol e iluminaba las sombras.
   Salí a un pequeño claro del bosque. Estaba cubierto de verde césped, como el del jardín, con diminutas flores azules, amarillas y rosas. Un pequeño acantilado me obstaculizaba el camino, tendría que escalar. Puse la mano en un saliente de la roca y me impulsé.
   Poco a poco, fui subiendo a lo alto.
   Dirigiéndome siempre hacia el Sur, llegué al Árbol Milenario. <<¿Cómo podría llevarlo hasta el bosque del internado?>> Trepé por su tronco, ayudándome de las ramas, y llegué a los más alto de la copa del árbol. El aire mecía suavemente las ramas y movía dulce y delicadamente mi pelo; era una sensación maravillosa, fantástica... era diferente, como volar. Cuando ya estuve bastante segura de la estabilidad de la rama en la que estaba subida, solté las manos. Abrí los brazos en cruz y cerré los ojos.  Una nube tapó el sol, y abrí los ojos; descendí un poco hasta llegar a las ramas más gruesas. Ese árbol era perfecto.
   Puse la mano izquierda en el tronco, me concentré y esperé. Unos minutos después, una paz y una tranquilidad inmensas me abrumaron; el árbol estaba sano y alegre, además, yo le gustaba.
                          ·               ·               ·
   Mark estaba sentado en las escaleras que daban al jardín, esperándome. Le miré fijamente a los ojos y sonreí: disfrutaba de su compañía.
-Hola, Mark-dije suavemente.
-¿Tienes cambios de personalidad?
-¡Genial!-exclamé malhumorada-. Has acabado con el buen humor que me quedaba...
-Lo digo porque vuelves a ser normal: pelo oscuro, ojos azules... sí, como siempre...
   La sonrisa volvió a mi rostro.
-He encontrado un sitio en el que relajarme.
   Le estampé un beso en la mejilla y entré en el edificio, él me siguió.
-Sam, te veo en diez minutos en la sala de entrenamiento, ¿la encontrarás?
   Giré la cabeza para mirarle.
-¡Obviamente! Pero, si no la encuentro, que venga ella a mí-le guiñé un ojo.
   Mark comenzó a reírse.
-Vale, vale. Lo capto.
   Dio media vuelta y se marchó.
   Subí las escaleras lo más rápido que pude y me dirigí a la sala, donde sabía que estaba mi padre. Entré y mi padre me recibió con una mirada asustada.
-Padre, ¿cuándo comenzaré mi aprendizaje?-debía tratarlo con respeto. No por él, sino por mí. Le necesitaba.
-Cuando consigas el báculo de Allégora.
   Incliné la cabeza en señal de asentimiento y me di la vuelta para marcharme. Cuando ya estaba cerrando la puerta, me detuvo con un gesto de la mano.
-Mañana, a las cinco de la tarde. Tenemos un viaje que hacer.
   Cerré la puerta y me dirigí a la sala de entrenamiento.
   Mark estaba de espaldas, en la sala de armas. Entré silenciosamente, pero supe que él ya sabía que yo estaba allí. Entonces, vi una espada, la más hermosa que había visto nunca: su empuñadura era oro puro, en forma de ángel con las alas extendidas y su hoja era fina y fría, con un halo blanco-azulado, en el borde de la hoja había algo grabado en otro idioma (que yo desconocía). La miré fijamente, los ojos de la criatura parecían abrirse y cerrarse, y sus labios sonreían...
-¡No!-gritó Mark.
   En aquel momento, me di cuenta de lo que sucedía: había levantado la mano para coger la empuñadura (¿Cuándo había hecho eso?)
-Sam, si no tienes un alma pura... mejor no toques a Skyknight, nadie la ha empuñado desde que fue herrada.
   Sacudí la cabeza, aún aturdida.
-¿La espada tiene nombre?-pregunté sorprendida.
-No es una espada normal, es mágica. Esta espada tiene más de mil años, ¡y se conserva intacta! Además, cuando el herrero la terminó, le cayó un rayo azul, ¿conoces a alguien que haya visto algo así?-negué con la cabeza-. Era un rayo que cayó en pleno día, con el cielo despejado, mientras brillaba el sol. Se cree que ese rayo era un ángel, porque la forma original de la empuñadura no era así. Era sencilla.
   Salimos de la sala de armas y comenzamos el entrenamiento.